lunes, 22 de diciembre de 2014
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Los avances tecnológicos
se han convertido en un proceso imparable. Las innovaciones se van sucediendo
unas tras otras multiplicando sus efectos. En el campo de las Tecnologías de la
Información y las Comunicaciones (TIC) hay que destacar varios hitos, como la
digitalización de las señales, la transmisión de datos, la telefonía móvil, la
fibra óptica o la banda ancha fija y móvil, que han transformado radicalmente
el mundo de las comunicaciones. Gracias a todas estas tecnologías y
aplicaciones disponemos hoy de un sistema de conexión universal como es
Internet. Con el paso del tiempo, y gracias a la suma de innovaciones, la Red
se ha ido transformando y ha pasado del concepto de Internet de las Personas al
de Internet de las Cosas.
¿Qué
es el Internet de las Cosas? Es la evolución de un primer Internet más centrado
en las personas y cuyo potencial reside en la capacidad para combinar datos con
personas, procesos y objetos. A partir de sensores, redes avanzadas de
comunicaciones y procesos analíticos basados en el big data se están poniendo
en marcha aplicaciones que harán más fácil la vida de las personas, mejorarán
la sanidad y la educación, potenciarán las ciudades, los edificios y las redes
eléctricas inteligentes, aumentarán la seguridad de la información e
incrementarán el nivel de eficiencia de empresas y Administraciones Públicas.
La
idea es muy sencilla. Hasta ahora Internet era una red que permitía el acceso a
portales, servicios, aplicaciones o diferentes opciones. El usuario, persona o
negocio, entraba en ella y simplemente hacía lo que había ido a hacer, buscaba
información o navegaba por las distintas posibilidades. Conforme la tecnología
lo ha permitido, todo tipo de dispositivos, máquinas y objetos se han sumado a
la Red. Estamos hablando de una gama de objetos infinita, desde el contador del
consumo de agua que hay en los domicilios al sensor incorporado en una plaza de
un aparcamiento público, pasando por una nevera, por una pulsera que lleva un
enfermo o por un dispositivo asociado a una máquina en una fábrica. Todos
ellos, al estar en permanente conexión con el resto del universo a través de
Internet, pueden interactuar con personas, ordenadores u otros objetos, para
dar información o avisos, recibir instrucciones, etc.
En
esencia el Internet de las Cosas se basa en sensores, en redes de
comunicaciones y en una inteligencia que maneja todo el proceso y los datos que
se generan. Los sensores son los sentidos del sistema y, para que puedan ser
empleados de forma masiva, deben tener bajo consumo y coste, un reducido tamaño
y una gran flexibilidad para su uso en todo tipo de circunstancias. La
evolución de Internet también precisa de potentes y seguras redes de
comunicación inalámbrica M2M (máquina a máquina), que hagan posible la
incorporación a las redes y a los sistemas de objetos totalmente fuera de ellos
hasta hace poco. Finalmente es necesario aplicar inteligencia (“smart”) a los
sistemas y a los objetos, aprovechando los datos recogidos por los sensores,
para procesarlos y convertirlos en información útil y en actuaciones. Aquí las
técnicas de análisis asociadas al big data son vitales. En ocasiones hay que
aplicar potentes sistemas de información y de software avanzado que hagan
posible el tratamiento de grandes volúmenes de datos de una naturaleza variada
y a gran velocidad. Muchos de esos datos ya existían, pero hasta ahora la
tecnología disponible no permitía su explotación y aprovechamiento.
Las
smart cities (o ciudades inteligentes) pueden ser un buen ejemplo de lo que es
capaz de dar de sí el Internet de las Cosas. En ellas, la combinación de
dispositivos, sensores, redes de comunicaciones, capacidad de almacenamiento y
de procesamiento y plataformas de gestión hacen posible unas ciudades en la que
se prestan servicios de una forma más eficiente y sostenible, mejorando la vida
de los ciudadanos, las posibilidades de los negocios y el atractivo de la
propia ciudad para conseguir turismo, talento e inversiones. Entre los
servicios que pueden mejorar significativamente se encuentran el suministro y
consumo de energía o de agua, el transporte y la movilidad, la seguridad
ciudadana y la protección civil, la creación de un entorno favorable para los
negocios, el gobierno de la ciudad, la transparencia y participación
ciudadanas, el soporte al turismo y al comercio, la gestión de residuos, la
gestión del mobiliario urbano, la eficiencia energética de los edificios o la
gestión de los aparcamientos.
Además
de las ciudades inteligentes, los campos de aplicación del Internet de las
Cosas son muchos y muy variados. La sanidad, para monitorizar a los pacientes y
conectarlos a los médicos y demás profesionales sanitarios; los sectores de la
energía y del transporte, para conectar a proveedores y clientes; el sector del
retail, para predecir cuándo comprarán los consumidores; las telecomunicaciones
y los servicios de información; los servicios financieros; o las fábricas
inteligentes. En estos y otros campos es posible encontrar también casos muy
concretos de aplicación, como el marketing y la publicidad, la educación, los
vehículos o los juegos y el entretenimiento conectados o las redes eléctricas
inteligentes, en los que las nuevas posibilidades alcanzan rendimientos
máximos.
Un
punto importante del Internet de las Cosas es que requerirá habilidades y
conocimientos específicos combinados (tecnológicos, matemáticos o de
funcionamiento de las organizaciones), en un perfil que hasta ahora no existía.
Es decir, se abrirán nuevas e interesantes oportunidades de trabajo y se
crearán empleos en este sector de actividad. Uno de los ejemplos más claros es
el de los gestores de datos, perfil que se encuentra a mitad de camino entre la
tecnología y la operación de los negocios y que requiere conocer y manejar las
nuevas herramientas para la captura, el análisis y el aprovechamiento de los
datos. La enseñanza, en sus diferentes niveles, también tendrá que hacerse eco
de estas nuevas demandas.
Los
retos y oportunidades que se avecinan son grandes y todos los sectores de
actividad humana se ven afectados por las posibilidades del Internet de las
Cosas, que según diferentes análisis conectará varias decenas de miles de
millones de dispositivos y objetos a corto plazo. Como ocurre con otras
actuaciones asociadas a la evolución tecnológica, además de todos los temas de
innovación hay también que analizar y valorar el impacto económico y social en
las vidas de las personas, buscando su beneficio y cuidando al máximo los aspectos
de seguridad y privacidad. Si todo ello se consigue, el Internet de las Cosas
cambiará nuestras vidas de forma radical y las hará mejores.
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